Material de Lectura
Autor(es)
Resumen
Recuerdo aquella fotografía de José Carlos Becerra donde va con un sobretodo negro, o tal vez una capa, o solamente su gabardina sobrepuesta. Aunque mira hacia el objetivo, hay algo esquivo en su gesto, un extrañamiento, como si la ráfaga de tiempo lo hubiese sorprendido. Me da gusto mirar esa foto, pues resulta una buena introducción a sus poemas, esquivos, intentando disfrazarse tras la máscara de sus metáforas, inmersos en una dinámica temporal misteriosa, la que señalara el viejo Lezama Lima. De Julio Torri no recuerdo ahora una fotografía precisa, pero viene a acompañarme la imagen aquélla de don Julio paseando en bicicleta, artefacto que homenajeó festivamente en alguna de sus pocas e inolvidables prosas breves. Este retrato hablado también me sugiere los intersticios de su literatura fundadora, lúdica y relampagueante, como el complejo dibujo que pudiéramos reconstruir a través de sus múltiples viajes en bicicleta. Del mismo Lezama y de Julio Cortázar retengo la foto aquélla donde van entrando hacia las sombras de un edificio colonial de La Habana; el hombre altísimo, como un inteligente infante desaliñado, y el hombre obeso, como quien ha atesorado en su ser de galeón bamboleante las riquezas más sutiles de la cultura milenaria. Así, las imágenes memorables van fijando una memoria extraña de correspondencias entre los hombres y los designios vitales de sus literaturas. Esas son las fotos con las que nos vamos quedando poco a poco. Al volverlas a mirar, sabemos de inmediato que el fotógrafo pudo recuperar en un instante intenso la sustancia que va delatando los signos existenciales y literarios de sus retratados. De manera contraria, bien lo sabemos, no habría en verdad retratos, esa tradición tan rica de Occidente; no tendrían más que el atractivo del registro documental, como hay tantos.