Material de Lectura
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Resumen
En las escuelas de periodismo se ha clasificado a la crónica, desde siempre, como un género periodístico. No es que no lo sea, pero tal clasificación estrecha sus alcances. Es además, y resulta necesario subrayarlo, un género literario del cajón de la narrativa. En realidad, todo el periodismo escrito pertenece a la narrativa por más efímera que resulte —por citar un ejemplo radical— la cotidiana noticia. Su célebre pirámide invertida, que resuelve en los primeros párrafos el qué-cuándo-cómo-dónde y luego desciende para consignar dato tras dato en orden de importancia, representa una fórmula literaria que los demás géneros obedecen —cada uno la suya— aunque de manera menos estricta. El lenguaje directo, escueto, rápido, inadjetivado, característico de todo el periodismo escrito, florece literariamente en los cuentos de Hemingway o en las novelas policiacas de Chandler; mientras que el diálogo de las entrevistas lo hace en las conversaciones de la dramaturgia, y el torrente informativo de los reportajes en las novelas documentales. Digo esto por decir algo. Lo digo porque la crónica periodística —el más sublime de los géneros— no tiene como único destinatario las páginas de una revista, sino el destino que su lector potencial pueda encontrar y valorar en un libro de cuentos.