dc.description.abstract | Por cientos de años se han gastado ríos de tinta en escribir definiciones o caracterizaciones de lo que es la vida. No hay hasta hoy una definición ampliamente aceptada. Lo que sí comienza a ser aceptado, con ímpetu creciente, es un novedoso paradigma científico que propone que de componentes no vivos; pero propiamente dispuestos en un orden espacio-temporal preciso en el que existen entre ellos interacciones de naturaleza no-lineal, va a emerger colectivamente una propiedad común que es lo que conocemos como vida. Entonces lo vivo es emergente: pero no nos engañemos. Este paradigma tiene sus detractores que pugnarán por argumentar que las moléculas por separado podrían tener vida e inclusive personalidad propia, por ejemplo, un gen que es egoísta y que usa a su favor toda la maquinaria celular para su propósito que es prevalecer y perpetuarse. Este tipo de visión llamada comúnmente reduccionismo se enfrenta a otra visión moderna que es la de los sistemas complejos. Los sistemas complejos serían aquellos formados por múltiples componentes en interacción y en los cuales emergen propiedades en escalas de tiempo y espacio diferentes a la escala de los componentes. Las propiedades de dichos sistemas son lo que podríamos llamar complejidad y cuando los sistemas complejos son de naturaleza biológica, sus propiedades en conjunto suelen llamarse biocomplejidad. Por ello, la biocomplejidad es el estudio de interacciones de componentes, ya sean genes, proteínas, máquinas moleculares, células con otras células, tejidos con otros tejidos, órganos con otros órganos, individuos con otros individuos e interacciones entre especies y medioambiente en ensambles ecológicos. Se trata así de jerarquías de interacciones modulares a las cuales, además debemos agregar la conjetura de que operan en estado crítico, es decir, en las cercanías de las transiciones de fase orden-desorden. | en_MX |