dc.description.abstract | “Debe tener unos sesenta años, pero hay que ver qué coqueta es. Se comporta como una pizpireta quinceañera sureña. Es tan poco seria que resulta difícil de creer que escriba algo. Cree que soy un bailarín fantástico y me hace bailar con ella sin parar, y es horroroso porque ella no tiene ni la menor idea; no sabe dar un paso”, dijo Truman Capote, refiriéndose a Katherine Anne Porter, en la primavera de 1944, cuando coincidieron en Yaddo, colonia de artistas próxima a Saratoga Springs, donde se admitía fácilmente a los huéspedes presentando programas de trabajo. Les organizaban horarios fijos y les propiciaban diversiones. Katherine, que en realidad tenía cincuenta y cuatro y aún era bonita, chispeante y admiradísima por el resto del concurso,2 consideraba a Truman un trepador pegado a sus faldas. Y lo censuró nuevamente al año. Guionistas en Hollywood, ella lo encontró en Los Ángeles —comisionado para un reportaje— ufanándose de que había almorzado con Greta Garbo y Charlie Chaplin. No hubo simpatía entre los dos. Ambos hicieron cuentos notables ambientados en el sur profundo de los Estados Unidos; sin embargo, quizá en aquella ocasión robaban cámara y sin hacerse los intelectuales ni empeñarse en filiaciones políticas o tesis preconcebidas, construían cada uno a su manera personalidades que los convertían en mitos literarios frente a sus respectivos entrevistadores. Nutrían una frivolidad aparatosa que Capote debió haber reprobado primero en sí mismo. | en_MX |